Recuerdos veraniegos (y III)
Acabo esta breve serie de recuerdos veraniegos haciendo referencia al que fue, sin duda, el verano más complicado de mi adolescencia. Mi padre había muerto en un "accidente" de aviación en febrero de 1985. Tenía yo por tanto 16 años. Esas vacaciones nos fuimos a Somballe, el pueblo natal de mi abuela materna. Bueno, habría que decir más bien la aldea natal, porque aquello más que un pueblo era, y supongo que sigue siendo, una aldea. Entonces no había ni luz eléctrica en la calle. Y la casa donde nos alojamos, propiedad de un primo hermano de mi madre, no contaba con WC. Eso sí, tenía un establo la mar de majo...
Aun así, recuerdo con mucho cariño ese mes que estuvimos en tierras cántabras. El único altercado lo tuvimos con dos batasunos que eran los respectivos maridos de dos mujeres de una de las familias de allá, pero prefiero no entrar en esa cuestión.
Somballe era el sitio ideal para descansar, desconectar del mundo y dedicar el día a pasear por los verdes campos donde pastaban las vacas. Si en mi primer escrito sobre recuerdos veraniegos hablé de los paseos que me di con mi abuelo Luciano por Santander, ni os cuento los que me pude dar con él en aquel verano. Había una zona de pastos que estaba al final de un camino por el que no había vehículo que pudiera andar y que acaba en una colina suave a la que cubría la niebla en un abrir y cerrar de ojos. Raro era el día en que no subíamos allá. Lo difícil no era tanto el subir como el bajar, pues como te embalaras un poco cuesta abajo, podías acabar realmente mal. Gracias a Dios no sufrimos ningún percance.
De hecho, nuestra presencia fue providencial pues uno de los días en que andábamos recorriendo una de las praderas, vimos una humareda bastante grande a unos cientos de metros. Mi abuelo y yo nos dirigimos allá y vimos a un hombre el que se le estaba yendo de las mano la quema de hojarasca. Con nuestra ayuda se pudo evitar que aquel fuego fuera a más.
Entre la familia de mi abuela en Somballe había uno de sus sobrinos que se dedicaba a hacer todo tipo de artilugios de madera. Desde las albarcas que hacían las veces de calzado hasta bien entrado el siglo pasado hasta cestas en las que colocar la comida con la que los pastores se iban a controlar las vacas que vivían fuera de los establos. Hace unos pocos años que me enteré de su muerte y me temo que aquel oficio-hobby que él desempeñaba desapareció con su fallecimiento.
Mi tío Luciano, que falleció de cáncer el año pasado, vino a pasar con nosotros los días finales de aquel verano en la montaña cántabra. Me contó las cuitas y aventuras que había disfrutado allá en sus tiempos mozos y la verdad es que disfruté mucho de su compañía.
Espero no irme con el Señor sin volver a visitar aquella aldehuela cercana a Reinosa donde mi abuela María vino al mundo. Ojalá mis hijos puedan acompañarme. Al fin y al cabo, una parte importante de su historia familiar reside allá.
Paz y bien,
Luis Fernando