Thursday, October 14, 2004

La soledad del autista

El autismo es quizás una de las enfermedades más angustiosas que existen. La persona que la sufre está encerrada en su propio mundo y le cuesta mucho interactuar con los demás. Aunque la ciencia médica ha avanzado mucho y se logran ciertos éxitos, sabido es que la recuperación total del enfermo es casi imposible.
La pena es que cada vez hay más autistas sociales. No son personas que sufran una enfermedad de la mente que les impida relacionarse con otros. Son hombres y mujeres que a fuerza de no desarrollar auténticas relaciones humanas ajenas a la cosificación predominante en una sociedad liberal capitalista enraizada en valores neopaganos y hedonistas, han perdido la capacidad de establecer auténticas amistades, auténticas relaciones de pareja. Puede parecer una contradicción pero yo creo que se puede ser muy extrovertido y a la vez un auténtico autista social. Quien pierde la capacidad de demostrar sentimientos verdaderamente humanos, que no sean meramente un afán por el contacto sexual o una idolatrización de lo meramente lúdico, se convierte en un enfermo espiritual y social. De la misma manera que la mirada de un autista tiende a ser vacía, el corazón de los autistas sociales está vacío. Lo miras y no encuentras nada. Ha perdido su capacidad de transmitir vida.
La mejor medicina para el autista social es el evangelio pero ¿cómo recetar píldoras de espiritualidad cristiana a quien empieza por no reconocer que está enfermo? Es tarea nuestra el anunciar que existe ese mal, que afecta a mucha más gente de la que se quiere reconocer y que conocemos el remedio perfecto para sanarla.

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