Thursday, May 20, 2004

Regalos del Señor

Todavía estamos bajo la resaca de la muerte del lolo acontencida este pasado lunes. Sin embargo, hoy tengo nuevos motivos para dar gracias a Dios por su clara actuación en medio de todo este dolor. Resulta que dado que mis suegros tenían contratada la póliza de entierro desde hace muchos años, el seguro contaba con una cantidad de dinero importante para que todos los gastos del sepelio quedaran perfectamente cubiertos y además sobrara algo de dinero que se podría dedicar a lo que eligiera la familia. Se nos propuso el poner un par de esquelas en los periódicos y emisoras de radio locales. Y así se hizo. El día del entierro nos dimos cuenta que había venido gente mayor, incluso anciana, a la que no conocíamos de nada. Ha sido hoy cuando nos hemos enterado de quiénes eran. Ocurrió que en Albalatillo, pueblo vecino, alguien leyó u oyó la esquela de la muerte del lolo en la que se anunciaba el lugar y la hora de entierro. Y esa persona resultó reconocer quién era el lolo: la persona que le había ayudado en tiempos de la Guerra Civil. Efectivamente, Víctor Alcolea Alcolea, que así se llamaba el abuelo, ayudó a muchas personas de los pueblos de alrededor en aquellos años trágicos. Y eso que él mismo no tenía apenas interés en la política. Como quiera que al saber conducir y montar en moto era chófer y correo de un alto mando del bando republicano, pues aprovechaba y ayudaba a quien lo necesitaba a ponerse en contacto con su familia en otros lugares de la zona republicana, especialmente de Barcelona. Es más, parece que ayudó a algunos a escapar de lo que probablemente habría sido una muerte segura. Y algunos de esas personas todavía viven. Y se plantaron en el entierro como forma de agradecerle el favor. Lo bueno del caso es que nadie en la familia sabíamos esto. Y ha sido una sorpresa, a la vez triste y agradable, el habernos enterado de esa parte escondida de la vida del lolo. Triste en el sentido de que nos recuerda muy vivamente que se nos acaba de ir. Pero agradabilísima porque, como me decía mi esposa Lidia hoy, "me doy cuenta hasta qué punto mi abuelo era bueno no sólo con nosotros, sino con todo el mundo. Tan bueno que muchos no le han olvidado ni aun habiendo pasado años".
Y yo, claro, no puedo por menos que darle gracias a Dios por haber permitido que una "casualidad" así nos sirva para entender que este hombre que ha partido a su presencia hizo el bien desde su juventud. Créame el lector que no miento si digo que pocas cosas pueden ser de tanto consuelo para un cristiano como el saber que un ser amado que ha muerto en la gracia de Dios hizo el bien desde su juventud hasta su vejez. Y es que ciertamente sabemos que Dios pagará a cada cual según sus obras. Al lolo también.

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