Cuando las víctimas hablan
Reconozco que nunca he visto un programa completo de La Noria. Ni me va lo más mínimo el horario en que es transmitido, ni me gusta la cadena donde lo echan, ni me cae bien el presentador, ni, sobre todo, soporto a algunos de los tertulianos. Y no porque sean de izquierdas. En el "Gato al agua" de Intereconomía participan políticos y periodistas izquierdosos y me parece que dan un toque interesante a sus tertulias. Pero cuando veo en pantalla los rostros de Enric Sopena y María Antonia Iglesias, mi brazo se dirige automáticamente hacia el mando a distancia para cambiar de canal. Así evito ponerme de mala leche.
Sin embargo, de vez en cuando leo en los medios informativos de internet que alguno de esos dos personajes han montado "un pollo" en su intento desesperado de defender lo indefendible. Y este fin de semana, doña María Antonia ha vuelto a cruzar el umbral de la indecencia moral al llamar "padres espectáculo" a los progenitores (A, creo) de Sandra Palo y Mari Luz Cortés, ambas víctimas de asesinos repugnantes. A esta gigante del rojerío patrio le molesta que los que han sufrido en sus carnes la violencia, pretendan ser canales de la opinión de multitud de españoles, entre los que me encuentro, que creen que el actual sistema penal en España debe de ser cambiado para que haya verdadera justicia contra los que acaban con la vida del prójimo.
Dice la señorita Iglesias: "hay que frenar esta demagogia insultante a la inteligencia de las personas que consiste en confundir los sentimientos lógicos y respetabilísimos de un padre o una madre que ha sufrido semejante afrenta con la reforma de las leyes". Ahí queda eso, sabueso. Esta mujer, que por lo visto acude a misa frecuentemente, no parece conocer la parábola del juez injusto de los evangelios. Cristo la contó así:
"Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había asimismo en aquella ciudad una viuda que vino a él diciendo: `Hazme justicia contra mi adversario´. Por mucho tiempo no le hizo caso; pero luego se dijo para sí: `Aunque, a la verdad, yo no tengo temor de Dios ni respeto a los hombres, mas, porque esta viuda me está cargando, le haré justicia, para que no acabe por molerme´" (Luc 18,2-5).
Pues oiga, ni eso. Si Cristo hubiera pensado en María Antonia, la parábola habría quedado tal que así:
"Había en una ciudad una jueza que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había asimismo en aquella ciudad una viuda que vino a ella diciendo: `Hazme justicia contra mi adversario´. Y como cabía esperar, la jueza no sólo no hizo ni repajolero caso a la viuda, sino que además se permitió el lujo de vejarla y de acusarla de dar espectáculo a costa de su dolor. Y se dijo a sí misma: `como se le ocurra volver a darme la vara, todavía la encierro´".
Y es que no hay cosa más molesta para cierta izquierda que el ver cómo el pueblo no acepta su buenismo irresponsable. Les irrita que la realidad deje de manifiesto lo desastroso de sus políticas. Les desespera que las víctimas pidan justicia cuando sus leyes han demostrado ser inicuas. Da igual que la víctima lo sea de ETA o de un delincuente común. Antes está la ideología y la defensa del partido que la justicia.
Las leyes no se pueden hacer sólo a golpe de lamentos de las víctimas, pero no se puede permitir, bajo ningún concepto, que una ley añada más dolor a quien ha sufrido la pérdida de lo más querido. Un gobierno que no oye la voz de los inocentes y que no busca hacerles justicia, pierde su legitimidad para gobernar, por mucho que unas urnas se la hayan dado. Si el Estado no protege adecuadamente sus ciudadanos de quienes ponen en peligro la convivencia común, ¿para qué queremos Estado? No se trata de imponer el ojo por ojo, y diente por diente. Se trata de que los que lloran puedan recibir cierto consuelo, al ver que quienes han puesto fin a su felicidad no pueden pasearse por la calle tranquilamente.
Luis Fernando Pérez
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